ucho se ha especulado sobre posibles hechos delictivos en la juventud de Carlos Gardel y no son pocos los autores que lo pretenden en un reformatorio e, inclusive, en la cárcel de Ushuaia.
Estas aseveraciones obedecen al
hecho de que no se hayan registrado uno a uno sus pasos entre 1904 –fecha en
que finaliza sus estudios primarios- y 1910, por cuanto esta etapa suele
presentarse como “oscura” y “misteriosa.
En el lapso comprendido por los
años mencionados existen numerosas anécdotas que lo ubican cantando en uno u
otro lugar, pero también es cierto que la vaga mención de que “se lo veía
cantando, por 1907 u 8…” no ofrece mayores garantías de veracidad –y esto no
significa que pudiera provenir de personas poco honorables, sino sólo de frágil
memoria- y tampoco invalidaría el presunto paso por alguna correccional.
Por eso, a la hora de referirse a
este aspecto, adquiere gran relevancia el recuerdo de un policía de carrera que
desempeñara sus funciones en el Abasto y que, por tanto, conociera de cerca de
Carlos Gardel y a sus amistades juveniles.
En la década del ’80, Plácido
Donato escribió sus “Confesiones de un comisario” -obra que en esa oportunidad
no se comercializó y fue reeditada en 1995 (1)- y en cuyas páginas hace
referencia al Comisario Inspector Francisco L. Romay, “buceador nato y profundo
sociólogo en las pequeñas y grandes cosas que escribió en su Historia de la
Policía Federal Argentina”, con cuyo nombre fue bautizado el Centro de Estudios
Históricos Policiales.
“Tenía un temperamento fuerte, casi arrollador, una personalidad que confundía a los desprevenidos y se consolidaba a medida que uno lo iba conociendo. Debajo de un rostro imperativo y serio se escondía la bohemia de una vida intensa que recorría Buenos Aires desde finales de siglo (había ingresado a la Policía en 1908, a los 20 años). Era una terrible humanidad que deslumbraba por las salidas ingeniosas y de cierto estilizado sadismo (…) Era un hombre meditabundo y algo distraído. Elegante y culto aunque algunas veces quebrara toda regla de protocolo con algún gesto que si no lo hubiese hecho él hubiera parecido torpe y grosero. Impecable en su forma de vestir, seguía un estilo de polainas blancas, bastón y galera del 900. Sus charlas eran una suerte de juego de vivezas, honesto y genial…” Donato describe “su lugar de trabajo en la calle Entre Ríos. Superpoblado de papeles y libros, allí dejaba traslucir su gran pasión por la política y me di cuenta de que pese a la diversidad de sus conocimientos –escritor, político, sociólogo, conferencista, hombre de mundo, etcétera, etcétera- había sido picado por el virus de ese letal y misterioso oficio”.
A la semblanza del Comisario
Romay –de la cual se han reproducido las partes más sustanciosas-, añade el
autor de “Confesiones…” el recuerdo que nos interesa:
“Me queda como uno de los más
gratos momentos de nuestra breve relación de dependencia aquella tarde que
entre mate y tortitas negras, mientras estaba acomodando unos documentos para
su nuevo tomo de Historia, me atreví a hacerle una pregunta que desde siempre
tenía a tiro de fusil.
- Dígame, jefe, ¿cuál es la verdad sobre el prontuario de Gardel?
- Hace poco escribí algo para una
revista chilena, Hechos Mundiales o algo así. Yo tuve en mis manos el prontuario
de Carlitos. Jamás pisó una comisaría. De haberlo hecho, yo lo tendría que
saber porque fui subcomisario de la novena, jurisdicción del Mercado de Abasto.
Lo puedo firmar: él nunca tuvo cuentas con la justicia salvo una denuncia que
una vez radicó Berthe Gardés, su madre.
Romay fue hasta un bibliorato y
sacó una hoja amarillenta.
- Esta es la copia de esa denuncia
Le devolví aquel papel como si
fuese un papiro o algo que me llegaba desde el misterioso tiempo de una
historia que recién alcanzaba a palpar cómo se descubría y buceaba.
- Horas más tarde doña Berta dejaba las cosas sin efecto. Carlitos había
aparecido –acotó Romay mientras encendía un puro.
- Jefe –ya me estaba atreviendo a hablarle y hasta discutir algunas
cosas con él- Usted dijo que no había entrado en ninguna comisaría pero doña
Berta pensaba que su hijo estaba en cana, ¿o no?
- Lo conocí mucho a Carlos. Era entrador y simpático, me palmeaba y me
decía: “¿Cómo va, comisario? ¿Cuántos inocentes mandó al cadalso hoy?” Cierta
vez en un intervalo entre canción y canción se escapó a mi mesa a saludarme y
aproveché para hacerle esa misma pregunta que usted me hace hoy…
Me acomodé en la silla satisfecho
y ancho como un chorizo hervido. Romay caminaba buscando algo entre los
estantes de su nutrida colmena de libros del mundo.
- Mucho era lo que se hablaba de las malas juntas de Carlos –comentó sin
darse vuelta- de sus amistades poco recomendables; de allí que su madre
posiblemente pensó que bien pudiera estar preso…
Ahora estaba parado frente a mí.
Su mirada era clara aunque hurgaba en leyendas y fantasmas.
- Gardel era un canto a la vida, joven –sus ojos se iluminaron-, fui, le
aseguro, uno de los que más lloró su muerte. Era un mito. Ya lo era en vida. No
sabía de discriminaciones, un amigo era un amigo. Negro, blanco, flaco, chorro,
policía, podía comer con Ruggerito o con Lisandro de la Torre. Pudo estar
metido en algún lío con la politiquería o la mafia, conoció guapos, malevos,
matones… pero él era un pájaro y cuando cantaba era como si el mundo se abriese
para escucharlo.
Romay también fue un mitológico
personaje de esa historieta que algunos llaman leyenda, crónica o historia. Yo,
que tuve la suerte de conocerlo, puedo decir que era de piel y huesos, como
nosotros, pero tenía algo más. Ni él mismo lo sabía”.
El Comisario Romay en 1967 |
Hasta aquí, la trascripción de
los recuerdos del Crio. Plácido Donato, pocas veces citados en la bibliografía
gardeliana y que, por provenir de un respetable funcionario policial que,
además, conoció y frecuentó a Gardel durante años, merece una absoluta
confiabilidad ya que la rigidez de su formación le habría impedido asegurar
“Lo puedo firmar: él nunca tuvo cuentas con la justicia”. Si bien podría
cuestionarse la veracidad de estas palabras, escritas por un tercero a casi
veinte años del episodio, en el desarrollo de este artículo podrá comprobarse
que lo relatado por Donato no adolece de error alguno.
Otro punto que merece ser
destacado es la seguridad con que el Crio. Romay afirma que “Doña Berthe
Gardés” era “su madre”, frase que puede
parecer innecesaria pero que adquiere gran importancia porque fue dicha pocos
meses más tarde de la aparición del libro de Erasmo Silva Cabrera (AVLIS) (2).
De hecho, el Crio. Donato sitúa este diálogo en ese mismo año: “En 1967 fui
designado, en mi paso por Secretaría General, como una especie de secretario y
presentador en las conferencias que Romay realizaba casi todos los sábados en
distintos lugares de la Capital y el Gran Buenos Aires”, y luego aclara que
mantuvo una “breve relación de dependencia”.
Otro hecho que nos remite a 1967 es la
mención del Crio. Romay referida a que “hace poco escribí para una revista
chilena, ‘Hechos Mundiales’ o algo así”. Efectivamente, la edición del 22 de
agosto de ese año está dedicada a “La Historia del tango” y en sus 80 páginas
presenta interesantes y extensos artículos de figuras de jerarquía y
confiabilidad como José Gobello y Ernesto Sábato, ajenas a todo sensacionalismo
y artículos inconsistentes.
No obstante, uno de los
colaboradores es Tabaré De Paula (3) –a quien ya se puede reconocer como acérrimo antipatizante
del Cantor-, por cuanto “Hechos Mundiales” presenta sucintamente los argumentos
de AVLIS y los confronta con la palabra del Comisario Romay, en un breve
artículo que no presenta contradicción alguna con lo relatado por Donato, bajo
el título
“GARDEL DELINCUENTE”:
A pesar de las frecuentes
referencias al prontuario policial de Gardel, Francisco Romay, comisario
inspector en retiro, director del Centro de Estudios Históricos Policiales de
Buenos Aires, autor de una interesante “Historia de la Policía Federal
Argentina” y distinguido criminalista declara que se trata de un mito más de
los muchos que han crecido en torno al desaparecido artista.
-Era un buen muchacho –afirma
categóricamente el octogenario ex policía quien es, a su vez, miembro de la
Sociedad de Historia y Geografía de Chile. Y continúa-: Claro, un poco
travieso, pero en ningún caso podría tildársele de delincuente. Recuerdo que asistí
a su última presentación en Buenos Aires, en 1933, antes de que partiera para
Nueva York. Fui a su camarín para desearle éxito en su gira, y cuando alguien
nos iba a presentar, Gardel exclamó: “Pero si el ‘comi’ me conoce de mis
tiempos del Abasto…”
Cuando le preguntamos si recuerda
alguna oportunidad en que Gardel haya llegado detenido a una comisaría,
responde vigorosamente:
- Yo no recuerdo ninguna. Y de haber sucedido yo tendría que haberlo
sabido, porque en ese tiempo yo era subcomisario de la Novena Seccional de
Policía, que correspondía, justamente, al sector donde quedaba el Mercado de
Abasto.
- ¿Entonces Gardel nunca tuvo cuentas con la justicia?
- Nunca, salvo que por tal se entienda una denuncia por presunta
desgracia. Tengo una copia en mi poder: fue una de las veces que el muchacho
salió de su casa sin decir dónde iba…”
Es tan evidente como lógico que
el Crio. Romay desconociera aquella detención de 1904, por tratarse de un hecho sucedido en jurisdicción ajena a su competencia –ya que tuvo lugar en FlorencioVarela-e, incluso, con anterioridad a su ingreso a la Policía, sucedido en 1908. Por
otra parte, el detenido era menor de edad y su causa debe haberse archivado
apenas fuera reintegrado a su hogar.
En la cotidiana tarea de
recuperar a Gardel a través de la verdad histórica, vaya el merecido
reconocimiento al testimonio del Crio. Romay y a la honestidad intelectual de
su par, Plácido Donato, por el valioso aporte realizado para la historia de
nuestro Cantor que, una vez más, se contrapone a los vagos indicios y
conjeturas que han pretendido mostrarlo como un joven delincuente y marginal
con la única virtud de su canto.
(1) Donato, Plácido. “Memorias de un
Comisario”. Ed. Planeta, 1995.
(2)Silva Cabrera, Erasmo (AVLIS). En
“Carlos Gardel. El gran desconocido” (Ed. Ciudadela. Montevideo, 1967), el
autor atribuye la maternidad del cantor a Manuela Bentos de Mora.
(3)Con frecuencia se lo encuentra
como “Di Paula”.
Ana Turón
Azul, abril 27 de 2009