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Dolores Bengolea




uando nos vimos por primera vez, ambas teníamos referencias de la otra por amigos en común y familiares. Así, cuando coincidimos en las Jornadas de Arte y Derecho, nos abrazamos "como dos buenos amigos que hace rato no se ven". 

Hablamos mucho, de muchísimos temas: De cine argentino y de que cumplo años el mismo día que su esposo, Héctor Olivera; de mi viaje a Francia y los dos años que vivió en París; de la UNESCO que declaró a Gardel Patrimonio de la Humanidad y de sus luchas y gestiones por la casa de su tía abuela Victoria Ocampo.

Hablamos  "hasta por los codos" esa misma noche y días después, cuando volvimos a encontrarnos en casa de mamá. Surgió entonces algún proyecto sin gran importancia pero buen pretexto para seguir en diálogo.

Así, el domingo 20 de noviembre en uno de sus viajes casi diarios a Azul, dedicó dos horitas a conocer mi biblioteca, compartir unos mates y retomar aquellas charlas, que siempre serán interminables.

Vino acompañada por Ruth Adriana Benítez, una jovencita de 13 años que ese día escuchó a Gardel por primera vez. Claro que se sentí feliz al elegirle fotos y temas musicales que resultaran de su agrado, pero también tuve ese miedo tan especial de las grandes responsabilidades, sabiendo que si no resultaba una buena experiencia podría generar un rechazo que durará para siempre .

Gracias, Dolores, por compartir conmigo tus vivencias, tu experiencia de vida, el recuerdo de tu paso por la Embajada Argentina en Francia, de Alain Malraux, del piano de Cadícamo, de "El Viejo Almacén" de Rivero, de Adolfo Bioy Casares... 

Gracias, Adriana, por permitirme abrir esa puerta hacia Gardel, su época y el mensaje del tango ese "pensamiento triste que se puede bailar"*

Dolores Bengolea dejando un mensaje en el Libro de Visitas

Adriana Benítez también dejó su firma y su mensaje, mientras descubría los tangos de Gardel y Le Pera



* Definción de Enrique Santos Discépolo, que en oportunidades se cita reemplazando "pensamiento" por "sentimiento"