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El Cadáver de Gardel

 

Ver EL REGRESO DE LOS RESTOS DE GARDEL Y EL ERROR DE INVOLUCRAR A BOTANA




l 24 de junio de 1935 el mundo entero se resistía a creer en la muerte de Gardel, dando origen a la leyenda que afirmaba que vivía oculto y desfigurado.

 

Sin embargo, los informes del campo de aviación fueron contundentes: “Seguidamente fue levantado el cadáver de CARLOS GARDEL hallado boca abajo y pisado por las válvulas de uno de los motores. Tiene una cadena de oro sin reloj, como especie de pulsera, en una muñeca. Colgada de la ropa una cadena fina con unas llaves y una chapetica que tiene una leyenda así: ‘CARLOS GARDEL – JUAN JUAREZ[1] 735 – BUENOS AIRES’. A un lado del cadáver papeles quemados y uno de ellos con anotaciones de música.”

 

Una vez identificados los cuerpos –a excepción de Le Pera, Barbieri y Corpas Moreno, irreconocibles por la acción del fuego-, se procedió a las necropsias: “CARLOS GARDEL, hallado en decúbito ventral bajo las válvulas de un motor (…) Presenta quemaduras de 4º, 5º y 6º grados generalizadas y sangre en la región temporal, el pómulo y ojo derechos. Por causa de la quemadura están descubiertas las costillas en la cara externa del hemitórax derecho, el tercio inferior del fémur de este lado, el tercio inferior del fémur izquierdo y la tibia del mismo lado, debido a la carbonización de los tejidos blandos que los cubrían; igualmente, por causa de la incineración faltan ambos pies.”

“La posición en que fue hallado, inclinado sobre el costado izquierdo, le protegió la región pectoral y la cara interna del brazo del mismo lado, la que sólo estaba levemente quemada. Las extremidades de los dedos, las últimas falanges, fueron consumidas por el fuego, igual que todas las partes blandas de la cara: nariz, ojos, pómulos, orejas y cuero cabelludo. Causó verdadera admiración entre los médicos y personas que le vieron en la Morgue, la belleza y blancura de los dientes”, señala el investigador colombiano Carlos Bueno Correa.

 

El cuerpo no pudo embalsamarse por el estado de las venas, pero lo conservaron vertiéndole cloroformo por la boca y envolviéndolo en una sustancia química a base de aserrín, corcho y cal. Luego lo depositaron en una caja de zinc debidamente soldada que, a su vez, se colocó en un ataúd y fue llevado al cementerio de Medellín, donde permaneció por casi seis meses[2].

 

Al exhumarlo, el 17 de diciembre de 1935 a las 15:00 en presencia de las autoridades legales y médicas de aquella ciudad colombiana, Armando Defino debió “…cubrir el ataúd, que mostraba signos de mal estado debido al tiempo de encierro, con una caja de zinc debidamente revestida de tela impermeable, para sufrir las inclemencias del tiempo…” durante su traslado primero hasta Nueva York y luego a la Argentina.

 

Exhumación del cuerpo de Gardel en Medellín



El 5 de febrero de 1936 el diario “Crítica” detalló la llegada a Buenos Aires: “El pesado cajón de madera fue conducido a una sala del desembarcadero, donde se procedió a quitar al ataúd de la madera de que estaba revestido. Dos carpinteros procedieron a la tarea que duró un cuarto de hora. Finalmente el ataúd que contiene los restos de Gardel, libre de embalaje pero conservando un segundo cajón exterior, fue entregado a los miembros de la Comisión de Homenaje y a los amigos.”   

 

En el Luna Park, momentos previos al velatorio (nótese el martillo). En primer plano, Armando Defino y Francisco Canaro

El velorio se realizó en el Luna Park, cedido gentilmente por Ismael C. Pace y José Lectoure. Allí, un reducido grupo de amigos, entre quienes se encontraba el músico Francisco Canaro, tuvo el doloroso privilegio de ver lo que nadie querría: “Los restos venían en un cajón rústico y ordinario, de madera sin lustrar siquiera…. Pedimos a don Jaime Yankelevich que comprara un ataúd decente y él, que sentía admiración y cariño por Carlitos, accedió… En el mismo Luna Park se efectuó la tarea de cambiar los restos de féretro, y, al abrirse el cajón en que venían los mismos desde Colombia, encontramos al cadáver de Gardel quemado  con el brazo derecho cubriéndose la cara, denotando que, en el paroxismo de la desesperación, en un esfuerzo instintivo atinó a salvar la cara de las llamas que lo envolvían; el rostro totalmente chamuscado dejaba al descubierto la blancura de su  hermosa dentadura…”

Por su parte, Armando Defino dejó escrito: "Agregaré además que ya en Buenos Aires, cuando en el velatorio, en el Luna Park se procedió a renovar el cajón en que los restos llegaron de Colombia por otro, testigos respetables, algunos de ellos íntimos amigos de Carlos, como Canaro, Maschio, Segundo Pomar, el Aviador (chofer de Carlos) y otros pudieron reconocer sin dificultad a nuestro llorado ídolo. Perdóneseme la insistencia de esta digresión, pero he debido proceder así para aclarar y desvirtuar las malévolas referencias de que en el ataúd que traía los restos de Carlos no había más que algunas ropas...." 

La información errónea, malévola y amarillista que sigue circulando exige la difusión de los párrafos precedentes, por desagradable que resulte su lectura. Por esta razón omitimos las fotografías tomadas en el campo de aviación y publicadas en trabajos especializados, e instamos a periodistas, escritores, ensayistas, historiadores, gestores culturales, editores y público en general a privilegiar la documentación técnica por sobre las leyendas que atentan contra la verdad histórica y desvirtúan la vida (y la muerte) de Carlos Gardel.

 

Ana Turón

Azul, junio 24 de 2022


 Artículo publicado en el diario "El Tiempo" de Azul en adhesión al 87º aniversario del fallecimiento de Gardel.


FUENTES DE CONSULTA:

BUENO CORREA, Carlos. “Punto Final. La verdad sobre la muerte de Carlos Gardel”. Medellín (Colombia), Ed. Álvarez, 1985

CANARO, Francisco. “Mis Memorias. Mis bodas de oro con el tango”. Buenos Aires (Argentina), Corregidor, 1999

DEFINO, Armando.  “Carlos Gardel. La verdad de una vida. Buenos Aires (Argentina), Compañía Fabril Editora, 1968



[1] Léase “Jean Jaurès”, la dirección de su casa del Abasto

[2] “Los otros cadáveres fueron depositados en cajas comunes, de madera, sin preparación alguna y depositados en sus nichos respectivos” (Defino, pág. 187)